martes, 13 de agosto de 2013

EL PIBE DE LA VINOTINTO ORBITAL

La Vinotinto es un símbolo de la unión nacional

RAFAEL LASTRA VERACIERTO

¿Por qué decidí abrir este blog Vinotinto Orbital? Aunque las responsabilidades suelen ser individuales, debo honrar el mérito a mi amigo Víctor José López, conocido en el mundo taurino y del periodismo deportivo como El Vito.

Y va de cuento

En agosto de 1993, aún sin graduarme de Licenciado en Comunicación Social en la ilustre UCV, llegué a la redacción del diario Meridiano, dirigida entonces por El Vito. Había gente talentosa: Peggy Quintero, Juan Leonardo Lanz, Alfredo Villasmil, Leonardo Picón, Manuel Rodríguez, José Rubicco Huertas, Fernando “Pollo” Sosa y César “Nanú” Díaz, inefable editor y diletante de café de lo que tanto nos apasiona: el fútbol.

Consciente de que las historias del balompié venezolano terminaban en goleadas inmisericordes, humillaciones por doquier y ataviadas de la ausencia de héroes, emprendimos el camino de presentar los textos periodísticos asidos a la estructura circular (escuela funcionalista americana, para los estudiosos de la comunicación social) y a la crónica futbolística propia de las revistas y periódicos de Suramérica.

“Estos carajitos creen que leyendo a García Márquez me van a joder. El periodista que no escriba la historia del mundo en una cuartilla, mejor que haga otra vaina”, repetía incesante El Vito en sus deliberaciones vespertinas, a vox populi, en plena redacción hirviendo por la elaboración de las noticias.

Nunca me sentí intimidado por esos cuestionamientos. Todo lo contrario. El entusiasmo por mantener la disidencia hacia el periodismo tradicional (lead, cuerpo y cola), sin dejar de informar –primera misión de un periodista vocacional-, presionó las compuertas de la creatividad, bendita creatividad, que supone la impronta personalísima a cada realización intelectual. Soy un obstinado y celoso de tal premisa. Y quizás por ello me convertí algún tiempo después, en un editor de sutilizas exigentes.

Fueron días, meses y años de aprendizaje. Asimilé la preeminencia por el béisbol; tuve que apoyar las coberturas de juegos de “la pasión nacional”. Confieso que con no poca resistencia, aprendí a anotar, a grosso modo, un partido de béisbol. “Pibe tienes que hacer un jueguito a la semana; el fútbol no te va a execrar”, me recordaba entre risas el colega Manuel Rodríguez.

Un día de 1995 reclamé la primera página del “diario sin paralelo” para alentar a los aficionados del Caracas FC contra Cerro Porteño de Paraguay en un cotejo de fase de grupos de Copa Libertadores de América. El Vito me miró a los ojos y me dijo que exponía su pellejo si ocurría un descalabro. Lo convencí con la certidumbre de que a las seis de mañana del día siguiente miles de venezolanos observarían primero el titular del periódico (decía: “Vamos Caracas”) antes de indagar cómo bateó Andrés Galarraga. 

Las mieles de aquella victoria profesional no las pude disfrutar. El Vito me acompañó al Brígido Iriarte, atestado con 15 mil almas en los graderíos, y al final, con un terrorífico 6-0 en contra, solo espetó: “Pibe (así me llama aún), el fútbol orbital que tú pregonas anda muy lejos de Venezuela”. Fue devastador.

Muchas tardes posteriores al desagradable recuerdo, continuó con su prédica, pero también apreciaba su reconocimiento hacia mi visión de presentar las noticias del fútbol venezolano desde otra perspectiva.

Una década después, aún con el timonel de Meridiano, El Vito recordaba algunas de mis crónicas publicadas, con la inclusión de los sustantivos orbital y armisticio. Creo que entendió que no eran “sureñadas caprichosas”. Admito, sí, que era la compulsión por ganar los centímetros del protagonismo para la Vinotinto.

Unos meses antes de irme de Meridiano, me dijo que “no podrás decir que te he censurado una línea. Hasta me peleo en las reuniones para apoyarte”. Y sé que siempre fue así, amigo.

Hoy, discurre mucha agua en el caudal del balompié venezolano. Hoy siento que emerge aquella fuerza centrífuga que auspiciamos -ya no desmesurada e inexperta-, con la suficiente argumentación como para alimentar el sueño orbital que tanto soportó mi jefe y mejor amigo, Víctor José López.