viernes, 24 de agosto de 2018

CARLOS BETANCOURT: EL CACHORRO DE AQUELLA VINOTINTO


Con la selección en 1985. Es el segundo parado, de izquierda a derecha

Rafael Lastra Veracierto
Fotos cortesía Luis Edgardo Aguilar y Venezuela Fútbol

“Pío” para su natal Cumaná. “Cachorro” para la familia Vinotinto.
Carlos Betancourt Campos, el muchacho criado con Leche Klim, como solía decir su primo Eutimio Lastra, siempre enseñó sus capacidades en pro de los resultados positivos que desde la opinión pública se le exigía al fútbol venezolano.
“A mí me tocó una época en la que había que sobreponerse y aprovechar cada oportunidad en la selección para dejar en alto al país”, confesó desde el zaguán de la casa de sus padres, en la calle Zea, cerca del casco central de Cumaná.
No era muy aplicado en el liceo, pero sus sueños de fútbol se alimentaban en el verdor del Parque Guaiquerí, donde, además, las matas de coco se transformaban en porterías. Allí también había ido Eutimio (18 años mayor que él), quien era su referencia como lateral derecho en el equipo amateur Tabacos El Peruano.
“Eutimio era un fenómeno, un defensa difícil de pasar; un tipo muy respetado y de gran humanidad”, comentó de quien también hubo de destacarse en la selección de Ingeniería de la UCV, entre 1958 y 1960.

Generación talentosa
Un tropel de regates de pierna zurda y proyecciones ofensivas documentaron el expediente de aspiraciones de Betancourt ante cazatalentos y entrenadores de turno.
Tras el subcampeonato con Sucre en el nacional juvenil de 1975 en Puerto La Cruz, debutaría, tres años después, en la primera división con el Atlético Zamora. “En ese tiempo, jugábamos uno o dos venezolanos”, señaló “Cachorro”, un apodo que le colocara su compañero uruguayo, Carlos Malceñido.

Atlètico Zamora siempre fue un equipo bravío en su reducto de La Carolina
La luna de miel en Barinas duró cuatro años: en 1980 fue figura del plantel que alcanzara la Copa Venezuela. Hasta hace poco más de un lustro, dicho performance constituía un hito para este equipo, siempre animador, bravío en su reducto de La Carolina, pero que en ese entonces no podía superar el linaje que representaban Deportivo Táchira, Estudiantes de Mérida, Portuguesa FC, Atlético San Cristóbal, Galicia y Deportivo Italia. 
“La final de esa Copa Venezuela se la ganamos a un gran equipo como el Valencia de ‘Cata’ Roque. En Barinas, hubo fiesta total”, recordó.
En su perfil de Facebook, el cronista barinés, Luis Edgardo Aguilar, rememoró otro momento estelar del cumanés: en 1982, en el partido para salvar la categoría, Zamora se valió de un gol de media distancia de Betancourt para batir al Deportivo Portugués.
“Le pegué fuerte y al ángulo, no pudo hacer nada Toro (Alexis, el guardameta del Portugués y quien fuera titular de la Vinotinto juvenil en el Suramericano de 1977 en Valencia)”, evocó.


Fue campeón de Copa Venezuela en 1980
Su andar por el balompié nativo prosiguió en Estudiantes de Mérida (1983), Deportivo Italia (1984), Nacional de Carabobo (1985), Salineros de Araya (1986) y Pepeganga Margarita (1987-1990).
También militó en Mineros de Guayana (1991), Industriales del Caroní (1992), Atlético Anzoátegui (1993) y Marinos de Sucre (1994).
“Al año siguiente, Richard Páez me llamó para ir a la ULA; agradecí que me tomara en cuenta, pero tuve que atender asuntos familiares y decidí retirarme”, indicó quien luego aceptara el cargo de entrenador de las selecciones de fútbol de la Universidad de Oriente (UDO), en Cumaná. Ya hoy está jubilado.

El oro de todo un país
Paralelo a la actuación en los clubes, fueron in crescendo sus presencias en la selección en competencias internacionales.
En los Juegos Centroamericanos y del Caribe de 1982, en La Habana (Cuba), formó parte del equipo que obtuvo la primera medalla de oro del balompié nacional en esas lides.
El oriental abrió la cuenta de la goleada 6-1 sobre Antillas Holandesas. Jugó todos los partidos. “Estábamos muy bien y cumplimos con el objetivo, aunque allá los campos eran unos peladeros de vergüenza (…) El juego de seminales que le ganamos 1-0 a Cuba lo vio Fidel Castro desde la tribuna”, relató.
Venezuela solo perdió con México en la ronda inicial, pero en el match decisivo operó la venganza a través de Bernardo Añor. “Esa generación tenía mucho talento con ‘Cheché’ Vidal, Añor, Zubizarreta, ‘Cherry’ Gamboa, ‘Fósforo’ Cedeño, Nelson Carrero y otros”, sostuvo Betancourt, quien para ese tiempo se desempeñaba como lateral izquierdo de ida y vuelta.
Integrar la comarca de zagueros no representó un obstáculo. En realidad, nunca renunció a jugar en la que consideraba su zona de confort: de tres cuartos de cancha en adelante.
“Sé que ‘Pequeño’ Rondón es el cumanés que ha hecho más goles en el fútbol profesional venezolano, pero él no tuvo una temporada de 21 goles como la mía con Pepeganga en 1988”, afirmó.
Betancourt no lograría el liderato de goles en la más elevada categoría, pero vistiendo la camiseta de Pepeganga anotó 46 dianas. Ello sin olvidar otra treintena más como máximo artillero en la segunda división con Salineros y el propio elenco neoespartano.

Irreverencia y dignidad
Como lateral iconoclasta, se cansó de proponer duelos y desbordar rivales en el fútbol de los Juegos Panamericanos de Caracas en 1983, lo que entusiasmó a miles de torcedores en el estadio Brígido Iriarte de El Paraíso.
     Quien suscribe, en esos años de adolescencia, fue testigo del esfuerzo Vinotinto y el empeño de Betancourt por incordiar a la maraña celeste. No obstante, la ejecución del tiro libre de José Batista (“el pelón ese”, como se oía en los repletos pasillos del estadio caraqueño) resultó imposible para el meta César “Guacharaca” Baena.
   “No debimos perder contra Uruguay esa tarde; hicimos méritos para, por lo menos, empatar”, reflexionó.
    En el siguiente compromiso, la Venezuela de Manuel Plasencia venció 3-2 a Bermuda, pero no pudo acceder a semifinales.
    Ese mismo año, ante Uruguay y Chile en Copa América, Betancourt fue titular en todos los cotejos de la selección nacional que dirigiera Roque.
En el Centenario de Montevideo, no solo se sufrió la goleada de 0-3 sino que hubo que afrontar la furia de los jugadores y la afición charrúa que reclamaban al merideño René Torres la lesión que apartó de aquel evento a su estrella, Fernando Morena.
       “Prácticamente todos tuvimos que defendernos a golpes de las agresiones. Pasamos cuatro horas para poder salir del estadio”, precisó.
     Venezuela cayó 0-5 versus Chile en Santiago y 1-2 ante Uruguay en el Brígido. En el lance de despedida, los criollos sorprendieron a los araucanos, que al igualar sin goles quedaron eliminados de esa Copa América.
       “Le tapamos la boca al atorrante técnico de Uruguay (Omar Borrás), quien declaró que le íbamos a regalar la clasificación a Chile. Te cuento que en ese juego en el Brígido, el arquero de Chile, ‘El Cóndor’ Rojas, nos increpaba a medida que avanzaba el reloj y nos decía que los estábamos perjudicando”, abundó en su vivencia.

No fue penal 
     Nacido en la Primogénita del Continente el 10 de noviembre de 1957, Betancourt fue labrando su prestigio de jugador técnico, pierna zurda educada y olfato de gol en las selecciones nacionales.
En 1985, se convirtió en el primer cumanés en disputar con la Vinotinto absoluta unas eliminatorias suramericanas al Mundial. Sin embargo, no llegó a intervenir con la plenitud que hubiese deseado: apenas alineó en el último de los seis partidos de la competencia. Fue en la derrota 0-2 contra Colombia, en el estadio Campín de Bogotá.
En esa 5ª presentación oficial con la selección de mayores, Betancourt se desplegó en la pradera siniestra. “En ese juego, perdimos con un penal que no fue. No lo hicimos mal, pero nos pegó la altura”, reconoció.

Fue el primer cumanés en jugar para la Vinotinto en unas eliminatorias mundialistas
“Cachorro” no siente ningún rencor hacia Roque tras decantarse por la experiencia de Emilio Campos como marcador de punta izquierdo en esa eliminatoria. Cree que hizo los méritos suficientes para ser el elegido en la posición y de hecho, así lo esperó dada la confianza en los encuentros preparatorios.
“Yo me llevé siempre muy bien con Emilio. Esa decisión de Roque, la respeto. En esa selección había jugadores bien dotados técnicamente como William Méndez y Carlos Maldonado. Creo que merecimos mejores resultados ante la Argentina de Maradona (2-3) y Perú (0-1) en San Cristóbal,” contó Betancourt.
En Pueblo Nuevo, el cumanés siempre anduvo cómodo. Allí marcó varios goles como ariete de Pepeganga Margarita. Lástima que una encomiable primera rueda en la Copa Libertadores de 1990, en la que se derrotó a los uruguayos Progreso (1-0) y Defensor Sporting (1-0), así como a Mineros (2-1, con un tanto suyo), terminara en dos goleadas (0-6 en San Cristóbal y 0-3 en Buenos Aires) ante Independiente de Avellaneda en octavos de final.
“Pignanelli (Víctor, DT uruguayo y exseleccionador de Venezuela entre 1991 y 1992) me tuvo mucha confianza, valoraba mi trabajo. Pepeganga era un equipo aguerrido, sin complejos y por eso, dio esas alegrías en la Libertadores”, explicó quien fuera de la partida durante los ocho lances coperos.

Betancourt (primero de derecha a izquierda de los parados) brilló en la Libertadores de 1990
Son innumerables los recuerdos. “Dan para hacer un libro”, sonrió Betancourt, mientras saludaba a sus paisanos en las distintas locaciones de la Primogénita del Continente donde se desarrolló este diálogo.
Cuando hablaba, sus ojos no dejaron de admirar los sitios emblemáticos, recorridos entre anécdotas y añoranzas: la calle Zea, el Parque Guaiquerí, el río Manzanares, Playa San Luis, el Castillo San Antonio de la Eminencia, la Casa de Andrés Eloy Blanco, el Polideportivo ‘Lalito’ Velásquez…
Casi todo en su vida ha tenido que ver con el fútbol y Cumaná. “No es de otra manera”, insistió.
Y nadie podrá negarle que fue el Cachorro de aquella Vinotinto.

Twitter:@rala1970

lunes, 23 de abril de 2018

RASTROS DEL INCONSCIENTE MUNDIALISTA 1998

Zidane se levanta y anota el primer gol de la victoria 

Rafael Lastra Veracierto

Si bien cuando se realizó el Mundial de Francia 1998 la consciencia de periodista me había curtido contra la incandescencia, confieso el hastío por la canción oficial de Ricky Martin (“La Copa de la Vida”) y también la discrepancia con quienes no comprendieron que el primer título universal de Francia no fue un hecho deportivo casual.
El logro de Aimé Jacquet y la generación del chico de traslúcidas facciones árabes, Zinedine Zidane, está asociado  a una versión apologética del fútbol.
En un manejo sociológico, Jacquet dispuso del mejor talento sin atender críticas periodísticas sobre el origen de los jugadores y sus padres. De ahí que confeccionara una selección multirracial, algo inédito e impensable en los tiempos de Just Fontaine (marcó 13 goles en Suecia 1958), Henri Michel y Michel Platiní.
Solo ocho de los 23 seleccionados eran hijos de ciudadanos franceses. El resto había nacido fuera de esa nación o descendía de inmigrantes africanos, europeos o sudamericanos.
Baste ilustrar que el padre de Zidane era argelino; el zaguero Lilian Thuram nació en la isla de Guadalupe; la madre del delantero Youri Djorkaeff vino al mundo en Armenia y otro de los atacantes, David Trezeguet, se formó futbolísticamente en el Club Atlético Platense de Argentina.

Tereré en la Torre Eiffel
Para Les Bleus, el camino no estuvo exento de espinas. En octavos de final, dominó a un tenaz equipo de Paraguay, que venía de sorprender 3-1 en primera ronda a la Nigeria del trotamundos del banquillo, el serbio Bora Milutinovic.
Recuerdo que la épica guaraní se fundamentó en el liderazgo de su arquero y capitán José Luis Chilavert, y sus ordenados defensores Celso Ayala y “Colorado” Gamarra. Un fortín.
Aquel cotejo se extendió a la prórroga, en la cual se equilibraron las cargas. Hubo nervios en toda Francia con la infusión del Tereré.
En la fracción 116, Laurent Blanc se proyectó hasta el área oponente y recibió una habilitación de cabeza de Trezeguet para capitalizar el gol de oro. Sí, justo resultado, aunque tengo represada en mi memoria la imagen de dignidad de Chilavert levantando del césped del estadio Félix Bollaert, en Lens, a un desconsolado Ayala.
En cuartos, con el telón de los penales, Francia despachó a Italia (otra vez frustrado Baggio) y en semifinales tragó grueso contra la debutante Croacia de Davor Suker, Robert Prosinecki y Robert Jarni.
El conjunto valcánico hubo de concitar la atención del orbe al batir con un inobjetable 3-0 a Alemania en cuartos. Su juego evocaba el espectáculo de la Francia de Platiní y la picardía suramericana.
Pero, quedó en deuda ante Francia, pues se había ido en ventaja con diana de Suker y no se tuvo fe para incordiar a los locales, quienes recuperaron el aliento para la remontada de Thuram. Lástima.
Hay que insistir en que Francia jugaba bien, ajustó en los momentos complicados y nunca renunció a la vocación ofensiva, almidonada en los botines de Zidane.

Convulsiones de lo inapelable
Sin dudas, el mejor partido del seleccionado anfitrión fue en la final contra Brasil, en el estadio Saint Denis.
       El 12 de julio de 1998, con el presidente galo Jacques Chirac en la tribuna, Zidane no solo anotó dos de los tres tantos de la categórica victoria (el tercero fue obra de Petit) sino que se consagró al dictar cátedra: estuvo pletórico en las habilitaciones y delirante en la concepción de la gesta. Selló su impronta de jugador planetario.
       Doce horas antes del desafío, trascendió la noticia de las repentinas convulsiones de Ronaldo. En una época que no había Internet, leí los primeros cables internacionales de las agencias AP y EFE, mientras en la antesala de RCTV, Lázaro Candal compartía la preocupación con Jairzinho, comentarista de lujo para entonces.
El DT de Brasil, Mario “Lobo” Zagallo alineó a Edmundo para sustituir a Ronaldo, de conformidad con la recomendación médica, pero pudo más la publicidad y el marketing. Bendita vaina que casi siempre lacera la esencia del fútbol.
Aunque Roberto Carlos, compañero de habitación del afectado, relató tiempo después que los dolores abdominales derivaron en convulsiones, fue un episodio confuso y convenientemente poco aclarado. Todavía persisten versiones en torno a la presión y los nervios que sufriera “El fenómeno”.
“Me pude acobardar, pero salí a ayudar a la selección”, aseguró Ronaldo en una entrevista cedida al diario ABC de Madrid (España).
De cualquier manera, deambuló en la cancha. Nunca encendió el faro del desequilibrio y me dio la impresión de que sus compañeros estaban más preocupados por su salud que por derrotar a Francia.
Desde el día inaugural del certamen, Brasil no lució cómodo: superó por un autogol a Escocia (2-1) y al cierre de la fase de grupos, se vio impotente por la determinación de Noruega (1-2), que luego en octavos defraudó ante Italia (0-1).
       Con muchos problemas, el conjunto amazónico batió 3-2 en cuartos a la Dinamarca de los hermanos Laudrup y el portero Peter Schmeichel, y en semis, de penal, a la Holanda de Kluivert, Seedorf, Davids y Bergkamp, quien había sido el verdugo en cuartos de la Argentina dirigida por Daniel Pasarella.

Manito, el karma
       Habría que resaltar la buena primera fase de México, con el goleador Luis Hernández y el guardameta de los suéteres multicolores, Jorge Campos.
No obstante, cual karma milenario, Alemania frustró otra vez la esperanza del Tri, así como lo hizo en octavos Dinamarca con la insurgente Nigeria de Okocha y Kanu, que dos años antes había arrebatado a Brasil y Argentina, respectivamente, la medalla de oro del fútbol de los Juegos Olímpicos de Atlanta, en Estados Unidos.

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jueves, 5 de abril de 2018

RASTROS DEL INCONSCIENTE MUNDIALISTA 1994

Romario besa la Copa del Tetra


Rafael Lastra Veracierto

Sebastiao Lazaroni fracasó al asumir que su esquema 5-3-2 era la panacea de Brasil para ganar un título sin Pelé.
El reemplazante en el banquillo, Carlos Alberto Parreira, tuvo en cuenta sus angustias, develadas cuatro años atrás en una aciaga tarde de Turín, en Italia.
Parreira, menos ortodoxo, concibió la fórmula intermedia: algo de jogo bonito y firmeza en el orden táctico; lo segundo sin subordinarse al anatema del catenaccio.
Esa selección brasilera había tenido que recurrir al último partido de las eliminatorias ante Uruguay en el delirante Maracaná. Y Romario disipó los temores (2-0), como también lo hizo en la final de la Copa América de 1989 (1-0) ante 170 mil almas.
En ese 1993, no olvidemos reparar en el detalle de la primera derrota de Brasil en su historial de participaciones en los premundiales suramericanos. Bolivia lo venció 2-0 en la altura de La Paz.
Ya en la cita universal de los Estados Unidos, los del talento, es decir Bebeto, Leonardo, Romario, Mazinho y Branco, acompasaron las notas de “los obreros”, algunos notables como Mauro Silva y Dunga.
Del guardameta Claudio Taffarel se dijo que había enterrado el mito de que en Brasil no se formaba bien en esa posición, lo que era inexacto por el carácter protagónico de Gilmar en los títulos de Suecia’58 y Chile’62, además de las actuaciones de Leao en Alemania’74 y Argentina’78.
Parreira también llevó al imberbe Ronaldo Nazario de Lima, goleador del Cruzeiro, y soportó críticas despiadadas, pues no le dio un solo minuto y mantuvo en el ataque a Romario y Bebeto.
De la misma forma, toleró los cuestionamientos detrás de cada partido de los mediocampistas Zinho y Raí, hermano de Sócrates, médico y filósofo de “la democracia corinthiana” que desafió a la dictadura militar.


El mal cálculo de Ravelli
Brasil solventó la primera fase y solo cedió un empate en el Pontiac Silverdome de Detroit contra Suecia, que ya proyectaba el dúo Martin Dahlin (hijo de padre venezolano) y Thomas Brolin para enfrentar a los históricos del certamen.
De hecho, en semifinales, rivalizó de nuevo con Brasil en California. Fue un compromiso difícil que se destrabó cuando el diminuto Romario -hoy figura política de su nación- conectó de cabeza un centro en el área del portero Thomas Ravelli. Minutos antes de encajar la diana, el cancerbero se mofó de la infructuosa procura del elenco amazónico.
“Ese se creyó que el partido había terminado”, me comentó el reportero gráfico y mi amigo Fernando “Pollo” Sosa, con quien observé aquel cotejo en la redacción del diario Meridiano, en Caracas. Sosa no era un experto en fútbol, pero siempre valoré sus apreciaciones éticas de la vida.
Casi todos los desafíos fueron complicados para Brasil. En octavos de final, el 4 de julio (día de la Independencia de EEUU), el equipo anfitrión creyó que podía sorprender a su linajudo adversario. A tales efectos, su DT Bora Milutinovic no dudó en constituir una sólida roca en la retaguardia, donde destacó el central Alexi Lalas, de barba color naranja y vocación rockera, y el portero Tony Meola.
La resistencia duró hasta el minuto 73, tras la aparición del haz del prisma. Bebeto escapó de la marca zonal de Lalas y silenció las gargantas de un país que por primera vez en su vida republicana soñó con un golpe de autoridad del soccer.
Los problemas aumentaron en el cruce de cuartos versus la Holanda de Ronald Koeman, Dennis Bergkamp y Frank Rijkaard. Los tulipanes equipararon con pressing y dinamismo el 0-2 que había conseguido Bebeto, quien dedicó con ternura dicha anotación a su esposa embarazada.
Si bien estuvo en jaque el único sobreviviente de Conmebol, ello fortaleció la cautela de Parreira: se ajustó la comarca posterior, mientras que de tiro libre en la fracción 81, asemejado a un obús japonés, Branco batió al golero Ed De Goey. Holanda quedó en shock y la canarinha iba a enfrentarse en la final a Italia, como en México’70.
La azurra venía de la mano de Robertino Baggio y bajo el caudillaje de Franco Baresi. Igualmente, brillaban Paolo Maldini, Roberto Donadoni y el laureado ex DT del AC Milan, Arrigo Sacci.
Me agradaba que Italia propusiera más y buscara el arco oponente. En semis, Baggio firmó el doblete contra la Bulgaria de Hristo Stoichkov e Iordan Letchkov, quienes fueron los artífices de la sensacional victoria 2-1 en cuartos ante Alemania, en Nueva Jersey.
El tiro libre de Stoichkov, de ejecución impecable y suramericana, devastó a los panzers. Y acabó con la mesura de amigos como Jorge Rueda Salas, periodista de The Associated Press. “Ya va hermano, no lo puedo creer”, me dijo sin pestañear frente al televisor. Por esos días, confeccionábamos nuestra tesis de grado para obtener la Licenciatura en Comunicación Social de la Universidad Central de Venezuela.

Aburrido y en penales
     Muy pocos debieron pronosticar que en aquella tarde soleada del 17 de julio de 1994, en el estadio Rose Bowl, en California, Brasil e Italia dirimirían el tetracampeonato en un lance conservador, aburrido y cuyas imágenes de pantalla chica han de estar condenadas al olvido: Baresi persiguiendo los movimientos de Romario o Maldini entorpeciendo el traslado de pelota de Bebeto, al igual que Mauro Silva obstaculizando a Baggio. Irremediablemente se llegó a los penales, hecho inédito en las finales de copa orbital.
El epílogo fue demoledor para Baggio, tras fallar en esa instancia. El capitán Baresi tampoco acertó. Idéntico descalabro sufrieron Zico, Sócrates, Platiní, Maradona y Casely en diferentes épocas.
Todavía guardo en mi memoria la escena en la que Baggio experimentaba cabizbajo el cruel desenlace, y Taffarel se arrodillaba en el césped para alabar a Dios, mientras que sus compañeros exhibían una pancarta que dedicaba el título al recién fallecido piloto de Fórmula 1, Ayrton Senna Da Silva.
Pese a todo, Brasil era el tetracampeón, con un barniz de jogo bonito y mucha raza. Al estilo Parreira.

La efedrina que cortó piernas
      No sería descabellado afirmar que la fiesta de EEUU 1994 se recuerda más por el bochorno protagonizado por Diego Maradona al ingerir efedrina, una sustancia prohibida por la FIFA, pero no por el Comité Olímpico Internacional.
      “Tenía una congestión que no me dejaba en paz y la tomé para respirar mejor. No había intención de más nada, por Dios. Yo no me drogué”, insistió en una entrevista concedida a Telesur en 2017.
    Argentina necesitó de su liderazgo para clasificar en el repechaje al magno evento. El DT Alfio “Coco” Basile tuvo que ceder a las presiones mediáticas de su país, en alianza con el clamor popular, una vez consumado el 0-5 de Colombia en el Monumental de River Plate.        
Antes del affaire, el combinado albiceleste batió 4-0 a Grecia y 2-1 a Nigeria. La sociedad de un renovado Maradona con Caniggia alentó la esperanza del tricampeonato.
     Sin embargo, aquella imagen de TV, en la que Maradona fue invitado por Sue Carpenter a cumplir con el control antidopaje en Boston, era el preludio de un escándalo sin precedentes. No transcurrieron 24 horas cuando ya todo se sabía.
“Me cortaron las piernas”, declaró Maradona, quien quedó suspendido por la Comisión Disciplinaria del organismo rector del balompié, con el voto incluido del expresidente de la Federación Venezolana de Fútbol (FVF), Rafael Esquivel, hoy sentenciado por la justicia norteamericana al comprobarse su responsabilidad en el caso FIFA Gate.
El impacto de la medida trastocó anímicamente a la concentración sureña, que aún con el talento de Batistuta, Redondo y “Burrito” Ortega no logró conjurar el calvario de octavos, donde le esperó una inspirada Rumania.

Amargo café
Los transalpinos, conducidos por George Hagi e Ilie Dumitrescu, no solo laceraron el orgullo argentino con su triunfo 3-2 en Pasadena. En primera ronda, habían despachado 3-1 a una Colombia sobredimensionada por el performance en Buenos Aires.
Ciertamente, la tropa de Maturana atrajo al cosmos futbolístico, pero no para creer que efectivamente se iba a adjudicar el certamen. Fue un triste papel. Luego de sucumbir frente a Rumania, vino el 1-2 ante el conjunto de casa, con el autogol de Andrés Escobar, a quien el 2 de julio de ese año los irracionales de las apuestas no le perdonaron la vida.
A este caballero lo entrevisté para Meridiano en enero de 1994, cuando disputó un amistoso contra Venezuela en el estadio La Carolina de Barinas. “Respetamos el crecimiento de Venezuela y queremos seguir haciendo las cosas bien para el Mundial”, declaró luego de que los visitantes se impusieran 2-1.
Fue tarde cuando Colombia aceptó jugar sin presunciones. Ganó 2-0 a Suiza en el cierre y no le sirvió para trascender. Por años, he tenido la sensación de que pudo haber hecho más si esa prepotencia, ese menosprecio que le vimos a sus referentes, no formaba parte del show.

Cheché Vidal
     En el Mundial de EEUU’94, que demostró cómo los avances multimedia podían incorporarse a la logia del fútbol, despuntó el venezolano Juan José “Cheché” Vidal, vicepresidente de Tecnología del comité organizador.
       Medallista de oro en los Juegos Centroamericanos La Habana 1982 e integrante de la Vinotinto Olímpica de Moscú 1980, Vidal gerenció este novedoso aspecto sin evadir el tema del fútbol venezolano
       Aproveché su visita previa al país y me soltó unas palabras que no pierden vigencia: “Hay que levantar el nivel, hacerlo merecedor de un espectáculo televisivo, y en eso todos debemos aportar, en especial la dirigencia”, sostuvo en una amena tertulia junto al colega Guillermo Arrioja, quien lo conocía por la amistad con su padre, Vidal Douglas, honesto presidente de la FVF en 1985.  
En la próxima entrega, vamos a rememorar el Mundial de Francia 1998, en cuyo match definitorio aún no se tiene muy claro qué le sucedió a Ronaldo. ¿Vomitó o los nervios le jugaron una mala pasada? En la contraparte, un mediocampista de ascendencia argelina, Zinedine Zidane, se convirtió en el héroe. Allez La France!

Twitter: @rala1970
Correo electrónico: rafaelastra@gmail.com

lunes, 19 de marzo de 2018

RASTROS DEL INCONSCIENTE MUNDIALISTA 1990

Maradona se sintió burlado por la FIFA
Rafael Lastra Veracierto

“Drama hermano, drama”, me dijo en su habitual tono jocoso Vicente Cinque, al momento de solicitar un legajo en el pasillo de Ingeniería de la UCV.
Aunque daba la vida por el béisbol y se desempeñaba como lanzador de la selección de nuestra Alma Mater, Vicente, como buen hijo de inmigrantes italianos, tenía la mirada fija en el Mundial de 1990.
Estudiantes de periodismo y apasionados por el balompié en esa época, no imaginábamos que el epílogo del certamen se iba a registrar en esa tarde del 3 de junio, cuando en el estadio San Paolo de Nápoles, la Azurra sucumbió al hechizo de Diego Armando Maradona y Claudio Paul Caniggia.
“Oh oh”, comentó Vicente cuando observó a través de la pantalla de TV que Caniggia cabeceó hacia atrás ante la mala salida del portero Walter Zenga, quien se ufanaba de una valla invicta.
 Se concretaba el empate a un gol, que condujo a una prórroga aburrida y a una definición de penales que ratificó la facultad adivinatoria de Sergio Goycochea.
Ese día, en un hecho auténticamente sociológico, buena parte de la ciudad de Nápoles miró con complacencia el éxito de quien lideró los históricos scudettos de 1987 y 1990, para reivindicar a esa Italia invisible, la del sur, que casi siempre resignaba sus ilusiones al poderío del norte: Juventus, Inter, Milán, Lazio o Roma.
“Ahora que juegan aquí si los consideran italianos y ¿mañana qué?”, ironizó El Pelusa en una clara intención de dividir –como efectivamente lo logró- a los corazones napolitanos.

¿Robertino suramericano?
Ese Mundial fue otorgado por la FIFA para el tetracampeonato de Italia, que tenía en Roberto Baggio, al as de la gloria universal. Respeto a quienes califican a Francesco Totti y Andrea Pirlo como los más grandes de la Nazionale, seguramente influidos por el hecho de que ambos alcanzaron el título en Alemania 2006.
Quien comparte esto con ustedes, desde aquel momento en 1990 y en perspectiva de comparación dentro de las selecciones italianas, no ha apreciado la calidad del 10, de caudillo irreverente y fantástico con la pelota, como la de Baggio.
Del Piero y Bruno Conti tuvieron aproximaciones a ese nivel técnico. Más el primero que el segundo. En realidad, los tres nunca encajaron en el prototipo de los clásicos jugadores italianos.
Con esa proyección, Robertino no pudo evitar aquella humillación en Nápoles. Tampoco otros connotados valores como Toto Schillaci (torpe y tosco, pero goleador del evento), Paolo Maldini, Franco Baresi, Carlo Ancelotti y Roberto Donadoni.
Argentina, que hubo de trastabillar en la apertura 0-1 ante Camerún, frustró la pretensión italiana. Y es cierto que no enseñó un fútbol de altos kilates. Bilardo, su pragmático DT, insistía en el balance táctico, el ingenio del chico de Villa Fiorito y la inspiración de Goyco, el segundo guardameta de su nómina que le tocó sustituir a Nery Pumpido, lesionado en el compromiso versus la URSS.
Por esa senda de marcadores estrechos y la fortuna de los penales, el vigente campeón universal avanzó hasta reeditar la final de cuatro años atrás. Otra vez contra Alemania.
Aquellos lauros de esa selección argentina siempre encontraron el cuestionamiento de la prensa internacional. Nadie olvidaba que con ese juego no pocas veces anodino eliminó a Brasil en octavos, en Turín: Maradona, en otra de sus genialidades, atrajo la marca de los zagueros brasileros y habilitó la esférica a Caniggia, quien en solitario burló a Claudio Taffarel para la sentencia definitiva.
En esa oportunidad, ya comprendía más de la dinámica de este deporte. Brasil le dio “un chocolate” a Argentina. Estrelló tres balones en la madera y hasta obligó al propio Maradona a defender desde su comarca.
No obstante, de nada le sirvió a Sebastiao Lazaroni ese planteamiento del 5-3-2 para que “Brasil se preocupara más en defensa”. En el fútbol, inexorablemente, hay que marcar más goles que el adversario para ganar.
Un problema semejante confrontó la Yugoslavia de Dragan Stojkovic y Robert Prosinecki en cuartos. Y nuevamente Argentina, a pesar del fallo de su baluarte, se impuso desde el punto máximo de castigo.
“Bueno, son cosas que ocurren en el fútbol”, me respondió sonrojado el adiestrador Miljan Miljanic, quien dirigió a Yugoslavia en los mundiales de 1974 y 1982, y entrevisté para el diario Meridiano en 1994 en la isla de Margarita, donde asistió como instructor FIFA de un grupo de técnicos venezolanos, entre los que despuntaba César Farías.

Rigurosa equivocación
Tras el performance ante Italia, más que un efecto colateral supuso para Bilardo la inhabilitación del socio de Maradona para enfrentar a Alemania. Debió recurrir a un intrascendente Gustavo Dezotti.
Por su parte, el cuadro germano, bajo la guía de Beckenbauer, apartó las piedras del camino sin mayores sobresaltos. Lothar Mathaeus ya era una referencia indiscutida junto a un emergente artillero: Jurgen Klinsmann.
Pero, contra todo pronóstico y soportando la rechifla permanente del Olímpico de Roma, el equipo suramericano equiparó fuerzas, sufrió la expulsión de dos de sus hombres y en el minuto 85, una jugada dudosa al extremo del área, fue considerada como penal por el juez mexicano Edgardo Codesal.
Por supuesto que tuve dudas en ese instante, aún con las sucesivas repeticiones de Venevisión. Posteriormente, mediante Youtube, he podido mantener la certeza: Roberto Sensini no cometió falta sobre Rudi Voeller.
Al margen de los alegatos sociopolíticos que indican que aquello era el inicio de “la conspiración transnacional contra Maradona”, la ejecución de Andreas Brehme estuvo distante del estirón de Goyco. “No, no fue penal”, confesó años después el propio autor de la diana al diario El País de Madrid.
En medio del llanto inconsolable de Maradona y su negativa a extenderle la mano al presidente de la FIFA, el brasilero Joao Havelange, fue evidente que la celebración teutona tenía un aire de sigilo. Me quedé con la impresión de que el rostro de Beckenbauer auscultaba su corazón infeliz. Alemania fue más, pero no debió vencer desde la ficción de un penalti.
“No, no, así no: eso fue un robo”, recuerdo que me comentó mi padre, Eutimio Lastra Rivas, zaguero destacado en el equipo de Ingeniería de la UCV entre 1958 y 1960.

“¿Usted no ve que me aman?”
En esa copa orbital, alejada del espectáculo de goles y con una canción oficial muy linda, Camerún no se conformó con arruinar el inicio de Argentina. Llegó a cuartos de final, instancia que también alcanzó para el continente negro Senegal en 2002 y Ghana en 2010.
En aquel partido ante Inglaterra estuvieron adelante en el tanteador y quizás el planeta entero hinchó por el noble esfuerzo. Sin embargo, la realidad terminó por favorecer a David Platt (le había anotado un golazo de volea al belga Preudhomme en octavos), Gary Linaker y Paul Gascoine, quienes recibieron, además, “el favorcito” de Codesal: dos penales para voltear la tortilla.
Esa alegría de “los leones indomables” sepultó la esperanza de Colombia, que no iba al Mundial desde Chile 1962, donde se labró la epopeya del gol olímpico de Marcos Coll.
En el correspondiente match, Roger Milla, de 38 años de edad, aprovechó una mala entrega del cancerbero René Higuita y puso el 2-1 decisivo en el tiempo extra, con bailecito latino incluido en el banderín de corner.
“¿Usted no ve que la gente me ama en Colombia? Vaya y pregunte por mí”, así me respondió Higuita, cuando lo abordé en torno a ese asunto en el estadio Brígido Iriarte de Caracas, cuando disputaba la Copa Libertadores de América en 1992 con el Nacional de Medellín de sus amores.
Muchos creímos que esa Colombia de PachoMaturana, del toque corto, las paredes de ensueño del Pibe Valderrama y el emocionante gol de Freddy Rincón contra Alemania (1-1), estaba para más.
En la próxima entrega, devolveremos a las retinas las imágenes televisivas del Mundial de Estados Unidos 1994, con el rockero Alexi Lalas y su selección buscando torcer la historia un 4 de julio; la inesperada eliminación de los alemanes, la insurgencia de Hagi en Rumania y Stoichkov en Bulgaria, así como el naufragio de Baggio para sellar el tetra del Brasil de Romario y Bebeto.

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