Rafael Lastra Veracierto
Hace cuatro años en la
tanda de penales en Mendoza, la brizna del Olimpo acarició el rostro Vinotinto.
La insurgencia de los hombres de César Farías asombró a un continente que siempre
se mostró arisco con Venezuela.
Pero no vamos a rememorar
aquella gesta de tangos y despechos. Hoy se nos antoja hacerle un guiño a la
Venezuela de Don Víctor Pignanelli en la Copa América Chile 1991.
Y aunque el balance fue
magro, definitivamente desolador (un gol anotado, 15 encajados y cero puntos),
aflora el recuerdo de una propuesta renovadora del DT uruguayo de voz ronca,
paso lento y convicciones firmes.
“He tenido que repasar
fundamentos técnicos básicos. Eso no me corresponde, pero es que damos muchas
ventajas cuando vamos a competir”, nos confesaría quien dirigió en Venezuela a
Pepeganga Margarita, Monagas SC, Trujillanos, Llaneros y al Minervén
de los amores insondables de cuartos de final de la Copa Libertadores de
América de 1994.
Entonces, habían
transcurrido 3 años de la Copa América del invierno austral y las lluvias
glaciares, en la que Venezuela jugaría buenos minutos iniciales ante el
anfitrión y Argentina.
En el debut en el estadio
Nacional, hubo arrojo y valentía. El guardameta Franco Fasciana se convirtió en
una muralla con impronta desafiante. Se apoyó en el voluntarismo y la ubicuidad
del cumanés Champion Marcano. Parecía
que el nubarrón se posaba sobre las nubes de Santiago.
Pero, dos goles de cabeza
de Zamorano calmaron las angustias de una nación que recién quería gritar todo
lo que le censuraron en 17 abriles de oprobio.
“Nos ganaron, pero nos
defendimos con dignidad y les complicamos la vida. No nos golearon como querían”,
recordó Marcano, cuya convocatoria fue muy discutida en los mundillos del
balompié local.
“¿Quién
es ese negro?”
En el siguiente partido
frente a Argentina, Bilardo no cesaba en los mohínes de su rostro. Un carajito
de 19 años, un tal Stalin Rivas, era la causa de sus preocupaciones. “¿Quién es
ese negro?”, se preguntaba el narizón.
El moreno natural de
Unare, estado Bolívar, dejaba regadas las cinturas albicelestes, con desparpajo
e inocultable calidad técnica. Por un buen rato, los ojos de los agentes
internacionales se fijaron en él hasta que llegaron los tres goles de la
suficiencia.
¡Claro que era un sueño
imaginar algo para Venezuela cuando Argentina tenía en sus alforjas al goleador
del momento, Gabriel Omar Batistuta, a Leo Rodríguez, Caniggia, Cholo Simeone y Cabezón Ruggieri, quienes finalmente se llevaron el título en
disputa!
Lamentablemente aquella selección
Vinotinto fue víctima de la deficiente preparación física y ya no pudo trasladar
a la cancha las continuas orientaciones psicológicas del profe Pignanelli (“recuerden
que son 11 hombres como ustedes, son seres humanos, vamos a sorprenderlos”…).
Vinieron las goleadas de
0-5 con Paraguay y 1-5 contra Perú. En ese último compromiso, Miguel Pochito Echenausi, hijo de Ramón, jugador
vinotinto entre 1977 y 1982, se sacudió con el gol de la honra.
Dos años después, en la
Copa América Ecuador 1993, se dio el gusto de que lo acompañara todo el país.
¡Qué grande Miguel, no lo olvidaremos jamás!
Y esa diana del recuerdo
difuso de medianoche (el partido fue transmitido en diferido por RCTV en la voz
de Lázaro Papaíto Candal), es símbolo
de la dignidad de esos muchachos, de esos tipos que como Miguel Echenausi, Ceferino
Bencomo, Stalin Rivas, Rafael Dudamel, Roberto Cavalho, Laureano Jaimes y Franco
Fasciana mostraron deseos de superación en medio de la infartante
clandestinidad mediática.
Twitter: @Rala1970
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