domingo, 18 de febrero de 2018

RASTROS DEL INCONSCIENTE MUNDIALISTA 1986




Rafael Lastra Veracierto
No voy a responder por sus adicciones y extravagancias. Simplemente, en el Mundial de México 1986 se mimetizó con la mano de Dios, marcó el gol más espectacular de la historia (según la FIFA), “vengó” a su gente de la guerra de Las Malvinas y le dio a Argentina su segundo título universal. Hablamos de Diego Armando Maradona.
En esa cita azteca, Prêt-à-porter para el chico que debutó en Argentinos Juniors y estuvo en Valencia (Venezuela) durante el suramericano juvenil de 1977, se admiró su pique corto fulminante, las piruetas con balón atado al pié y la asociación mágica.
Aún así, siempre cobijé la sensación de que ese equipo de Carlos Salvador Bilardo, que jugaba sin lateral izquierdo y no hacía concesiones a la estética, estaba construido para darle la pelota al genio, al auténtico 10.
 “Levántate pibe, que esto se pone bueno”, le dijo Maradona al mediocampista venezolano Nelson Carrero, tras anotar de tiro libre el primer gol contra la Vinotinto, aquel 26 de mayo de 1985 en San Cristóbal, donde Argentina ganó 3-2 en el partido inicial de las clasificatorias hacia México 86.
Carrero, un jugador íntegro y de buen manejo de pelota, ejerció una noble marcación sobre el ungido de la lámpara albiceleste. “Yo que siempre había encarado el arco rival, ese día Cata (Walter Roque, el DT uruguayo de Venezuela) me puso el reto de Maradona”, me confesó el criollo en 2013, en medio del partido Caracas FC y Fluminense, por la Copa Libertadores de América.
Argentina confrontó muchos problemas para acceder a la copa mundial de México y en la primera fase de esta, no estuvo a la altura de su palmarés. Recuerdo que para empatar con Italia, tuvo que apelar a su faro de luz. Nadie le hacía sombra. Ni siquiera en el complicadísimo match de octavos, en el que Argentina superó 1-0 a su antagonista del río de La Plata: Uruguay. Pedro Pasculli, a pase de Valdano, marcó el gol, pero Diego acentuó su protagonismo.

Picardía flemática
En cuartos, vino el memorable partido en el que derrotaron 2-1 a los flemáticos ingleses, que aún con el goleador del certamen, Gary Linaker, tuvieron que soportar la factura del segundo gol de Maradona, que aunque la FIFA lo consideró como el más excelso del siglo XX, no me pareció tampoco una obra de arte. En esa jugada, me empeñaría en resaltar la capacidad atlética del diminuto volante en su recorrido de más de 50 metros.
Unos minutos antes, las víctimas de este episodio habían padecido con asombro la decisión del juez principal, de origen tunecino, Alí Bennaceur, al legitimar el tanto de la mano de Dios.
“It was a handball”, protestaban los ingleses, mientras las imágenes de TV le daban la vuelta al planeta. Sin embargo, el hombre de negro, luego de consultar con su linier búlgaro Bogdan Dotchev, validó el polémico gol.
Maradona sí le ganó el salto al cuidavallas Peter Shilton, pero hizo contacto con la esférica a través de su mano. Adicionalmente, en un acto de picardía sureña, fue a celebrar su obra sin ningún tipo de dudas. “Le dije al ‘checho’ (Sergio Batista) que me abrazara rápido”, confesó entre risas en una reciente entrevista televisiva.
“Yo sentí que con aquello había vengado a nuestros muchachos (de las fuerzas militares), a quienes la Thatcher (Margaret, la primera ministra de la Gran Bretaña) mandó a masacrar en Las Malvinas”, espetó.
El juego de semifinales ante la emergente Bélgica, que venía de eliminar a España, no lo pude mirar en vivo por un compromiso familiar. “¿Viste lo que hizo Maradona otra vez?”, me comentó mi abuelo Pancho Veracierto, poco aficionado a los deportes, pero bastante informado.
“El Pelusa” había anotado los dos goles de la suficiencia, el segundo de ellos luego de una acción casi acrobática frente al gran portero belga, Jean Marie Pfaff.
En la otra semi, Alemania Federal, fiel a su estilo bravío, reeditó el naufragio para Platini, Rocheteau y Giresse. En cuartos de final, los galos se valieron de un penalti fallado por Zico para frustrar al favorito Brasil, también desde el punto fatídico. Otra vez, el jogo bonito de Telé Santana no sirvió.

A sus pies
En el cotejo decisivo, ante 110 mil almas en el estadio Azteca de Ciudad de México, Argentina jugó los primores que no había mostrado y se adelantó 2-0 con “Tata” Brown y Valdano. Pero, los panzers nunca se entregarían e igualaron a dos tantos, a siete minutos para el final.
Entonces, apareció el diferente, el que sabía que podía cambiar la historia con su inventiva, con su pasión por la tenencia de la pelota, y alargó aquella para Burruchaga, quien definió milimétrico frente a Shumacher.
En el epílogo de ese partido, Maradona discutía con el árbitro brasilero Arppi Filho, y Bilardo pedía a Batista, Ruggieri, Olarticoechea y Brown que ajustaran las líneas para imponer el cerrojo.
Hasta que se escuchó el trío de silbatinas que desató el delirio de Argentina. Se acabaron los debates entre los bilardistas (pragmáticos y tácticos) y los menottistas (románticos y cultores de la escuela rioplatense). El mundo reconocía la gesta del astro Diego Armando Maradona.

Badou Zaki y “El Gato” Fernández
       En el campeonato orbital en tierras aztecas, también despuntaron los mediocampistas belgas Enzo Scifo y Jean Ceuleman. El estilo depurado del primero atrajo la atención de quienes no nos cansaremos de habilitar las ilusiones para que el fútbol no pierda la esencia frente al “progreso desmemoriado” de la globalización.
       En el encuentro de fase de grupos entre España y Brasil, el arbitraje perjudicó a los hispanos cuando en un tiro de media distancia de Michel, la bola se estrelló en el horizontal y rebotó en la zona de gol. El reclamo de los afectados nunca prosperó. No era muy difícil presumir que la causa estuvo en la influencia del tricampeón ante la FIFA. Al término del cotejo, Brasil ganó inmerecidamente 1-0 con diana de Sócrates.
       Asimismo, estoy convencido de que Shumacher (Alemania Occidental), Pumpido (Argentina) y Pfaff (Bélgica) no fueron los mejores guardametas de ese mundial de fútbol. Los que sí se acreditaron esa apreciación -asumo que subjetiva de mi parte- fueron el marroquí Badou Zaki y el paraguayo Roberto “El Gato” Fernández.
El africano se mostró como el estandarte de su selección en el magno evento. Sus reflejos, agilidad y la buena ubicación allanaron el camino de Marruecos a octavos de final contra la Alemania de Rummenigge y Vöeller. Solo un descuido en la conformación de la barrera y la potencia en el disparo de Lothar Mathaeus, pudo vencer la resistencia.
Ese Marruecos había batido 3-1 a Portugal en la primera fase. Fue toda una revelación. Y les cuento que el equipo lusitano, a su vez, derrotó 1-0 a Inglaterra.
Por su lado, Fernández mostró cualidades de buen arquero y en especial, en el partido contra la selección local, cuyo goleador Hugo Sánchez, se ufanaba de killer. A él le detuvo con un movimiento felino el penalti sentenciado en los minutos de reposición.

Chao manito
¿Y México? Bueno, ha sido un karma: Alemania le ha eliminado de sus dos mundiales. En esa ocasión, en cuartos de final (después del fantástico gol de chalaca de Manuel Negrete en octavos versus Bulgaria), tuvo que bajar los brazos en lanzamientos de penal.
De Italia, realmente poco. Era una selección con aires de renovación, pero apenas ganó 3-2 a Corea del Sur y en octavos se vio superada por Francia. Su actuación fue mediocre.
En la próxima entrega, evocaré los recuerdos del Mundial de Italia 1990, con la pegajosa canción oficial, el silbido al himno argentino en el sanedrín de Maradona (el estadio San Paolo de Nápoles), la frustración de quien exhibía la valla inmaculada y la conquista de un grande del balompié, ahora como DT de Alemania, Franz Beckenbauer.

Twitter: @rala1970

Email: rafaelastra@gmail.com

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