Rafael
Lastra Veracierto
No voy a responder por sus adicciones y
extravagancias. Simplemente, en el Mundial de México 1986 se mimetizó con la
mano de Dios, marcó el gol más espectacular de la historia (según la FIFA), “vengó”
a su gente de la guerra de Las Malvinas y le dio a Argentina su segundo título
universal. Hablamos de Diego Armando Maradona.
En esa cita azteca, Prêt-à-porter para el chico que debutó en
Argentinos Juniors y estuvo en Valencia (Venezuela) durante el suramericano
juvenil de 1977, se admiró su pique corto fulminante, las piruetas con balón
atado al pié y la asociación mágica.
Aún así, siempre cobijé la sensación de que
ese equipo de Carlos Salvador Bilardo, que jugaba sin lateral izquierdo y no
hacía concesiones a la estética, estaba construido para darle la pelota al
genio, al auténtico 10.
“Levántate
pibe, que esto se pone bueno”, le dijo Maradona al mediocampista venezolano
Nelson Carrero, tras anotar de tiro libre el primer gol contra la Vinotinto, aquel
26 de mayo de 1985 en San Cristóbal, donde Argentina ganó 3-2 en el partido
inicial de las clasificatorias hacia México 86.
Carrero, un jugador íntegro y de buen manejo
de pelota, ejerció una noble marcación sobre el ungido de la lámpara
albiceleste. “Yo que siempre había encarado el arco rival, ese día Cata (Walter
Roque, el DT uruguayo de Venezuela) me puso el reto de Maradona”, me confesó el
criollo en 2013, en medio del partido Caracas FC y Fluminense, por la Copa
Libertadores de América.
Argentina confrontó muchos problemas para
acceder a la copa mundial de México y en la primera fase de esta, no estuvo a la
altura de su palmarés. Recuerdo que para empatar con Italia, tuvo que apelar a
su faro de luz. Nadie le hacía sombra. Ni siquiera en el complicadísimo match
de octavos, en el que Argentina superó 1-0 a su antagonista del río de La
Plata: Uruguay. Pedro Pasculli, a pase de Valdano, marcó el gol, pero Diego acentuó su protagonismo.
Picardía flemática
En cuartos, vino el memorable partido en el
que derrotaron 2-1 a los flemáticos ingleses, que aún con el goleador del
certamen, Gary Linaker, tuvieron que soportar la factura del segundo gol de
Maradona, que aunque la FIFA lo consideró como el más excelso del siglo XX, no
me pareció tampoco una obra de arte. En esa jugada, me empeñaría en resaltar la
capacidad atlética del diminuto volante en su recorrido de más de 50 metros.
Unos minutos antes, las víctimas de este
episodio habían padecido con asombro la decisión del juez principal, de origen
tunecino, Alí Bennaceur, al legitimar el tanto de la mano de Dios.
“It was a handball”, protestaban los ingleses, mientras las imágenes de TV le
daban la vuelta al planeta. Sin embargo, el hombre de negro, luego de consultar
con su linier búlgaro Bogdan Dotchev, validó el polémico gol.
Maradona sí le ganó el salto al cuidavallas
Peter Shilton, pero hizo contacto con la esférica a través de su mano.
Adicionalmente, en un acto de picardía sureña, fue a celebrar su obra sin
ningún tipo de dudas. “Le dije al ‘checho’ (Sergio Batista) que me abrazara
rápido”, confesó entre risas en una reciente entrevista televisiva.
“Yo sentí que con aquello había vengado a
nuestros muchachos (de las fuerzas militares), a quienes la Thatcher (Margaret,
la primera ministra de la Gran Bretaña) mandó a masacrar en Las Malvinas”,
espetó.
El juego de semifinales ante la emergente Bélgica,
que venía de eliminar a España, no lo pude mirar en vivo por un compromiso
familiar. “¿Viste lo que hizo Maradona otra vez?”, me comentó mi abuelo Pancho
Veracierto, poco aficionado a los deportes, pero bastante informado.
“El Pelusa” había anotado los dos goles de
la suficiencia, el segundo de ellos luego de una acción casi acrobática frente
al gran portero belga, Jean Marie Pfaff.
En la otra semi, Alemania Federal, fiel a
su estilo bravío, reeditó el naufragio para Platini, Rocheteau y Giresse. En cuartos
de final, los galos se valieron de un penalti fallado por Zico para frustrar al
favorito Brasil, también desde el punto fatídico. Otra vez, el jogo bonito de Telé Santana no sirvió.
A sus pies
En el cotejo decisivo, ante 110 mil almas
en el estadio Azteca de Ciudad de México, Argentina jugó los primores que no había
mostrado y se adelantó 2-0 con “Tata” Brown y Valdano. Pero, los panzers nunca se entregarían e igualaron
a dos tantos, a siete minutos para el final.
Entonces, apareció el diferente, el que
sabía que podía cambiar la historia con su inventiva, con su pasión por la
tenencia de la pelota, y alargó aquella para Burruchaga, quien definió milimétrico
frente a Shumacher.
En el epílogo de ese partido, Maradona discutía
con el árbitro brasilero Arppi Filho, y Bilardo pedía a Batista, Ruggieri,
Olarticoechea y Brown que ajustaran las líneas para imponer el cerrojo.
Hasta que se escuchó el trío de silbatinas que
desató el delirio de Argentina. Se acabaron los debates entre los bilardistas
(pragmáticos y tácticos) y los menottistas (románticos y cultores de la escuela
rioplatense). El mundo reconocía la gesta del astro Diego Armando Maradona.
Badou Zaki y “El
Gato” Fernández
En el campeonato orbital en tierras aztecas,
también despuntaron los mediocampistas belgas Enzo Scifo y Jean Ceuleman. El
estilo depurado del primero atrajo la atención de quienes no nos cansaremos de habilitar
las ilusiones para que el fútbol no pierda la esencia frente al “progreso
desmemoriado” de la globalización.
En el encuentro de fase de grupos entre
España y Brasil, el arbitraje perjudicó a los hispanos cuando en un tiro de
media distancia de Michel, la bola se estrelló en el horizontal y rebotó en la
zona de gol. El reclamo de los afectados nunca prosperó. No era muy difícil
presumir que la causa estuvo en la influencia del tricampeón ante la FIFA. Al término
del cotejo, Brasil ganó inmerecidamente 1-0 con diana de Sócrates.
Asimismo, estoy convencido de que Shumacher
(Alemania Occidental), Pumpido (Argentina) y Pfaff (Bélgica) no fueron los
mejores guardametas de ese mundial de fútbol. Los que sí se acreditaron esa
apreciación -asumo que subjetiva de mi parte- fueron el marroquí Badou Zaki y
el paraguayo Roberto “El Gato” Fernández.
El africano se mostró como el estandarte de
su selección en el magno evento. Sus reflejos, agilidad y la buena ubicación allanaron
el camino de Marruecos a octavos de final contra la Alemania de Rummenigge y
Vöeller. Solo un descuido en la conformación de la barrera y la potencia en el
disparo de Lothar Mathaeus, pudo vencer la resistencia.
Ese Marruecos había batido 3-1 a Portugal en
la primera fase. Fue toda una revelación. Y les cuento que el equipo lusitano,
a su vez, derrotó 1-0 a Inglaterra.
Por su lado, Fernández mostró cualidades de
buen arquero y en especial, en el partido contra la selección local, cuyo
goleador Hugo Sánchez, se ufanaba de killer.
A él le detuvo con un movimiento felino el penalti sentenciado en los minutos
de reposición.
Chao manito
¿Y México? Bueno, ha sido un karma:
Alemania le ha eliminado de sus dos mundiales. En esa ocasión, en cuartos de
final (después del fantástico gol de chalaca de Manuel Negrete en octavos
versus Bulgaria), tuvo que bajar los brazos en lanzamientos de penal.
De Italia, realmente poco. Era una
selección con aires de renovación, pero apenas ganó 3-2 a Corea del Sur y en
octavos se vio superada por Francia. Su actuación fue mediocre.
En la próxima entrega, evocaré los recuerdos
del Mundial de Italia 1990, con la pegajosa canción oficial, el silbido al
himno argentino en el sanedrín de Maradona (el estadio San Paolo de Nápoles), la
frustración de quien exhibía la valla inmaculada y la conquista de un grande
del balompié, ahora como DT de Alemania, Franz Beckenbauer.
Twitter: @rala1970
Email:
rafaelastra@gmail.com
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