Rossi pulverizó al jogo bonito |
Rafael Lastra Veracierto
Del Mundial de fútbol de España 1982, con
su simpático Naranjito como mascota, atesoro invalorables recuerdos.
“Brasil quedó fuera”, escuché decir a uno
de los chavales de la cuadra ese 5 de julio, fecha patria en la que
habitualmente el Presidente de la República adelantaba una alocución en cadena
de radio y TV.
Ese día no fue la excepción y en Venezuela,
no se pudo disfrutar la transmisión en vivo del partido de segunda fase entre
Italia y Brasil.
Era el match decisivo, luego de que ambas
escuadras habían derrotado a la Argentina de Pasarella y Maradona, este último
víctima de un marcaje primitivo del italiano Claudio Gentile, quien en el
partido siguiente repitió la dosis al brasileño Zico, el mejor 10 que haya
apreciado en los años 80 y uno de mis ídolos deportivos.
Cuando revisé la pantalla chica y sintonicé
el canal 8, aquel partido era retransmitido, bajo la narración impecable de don
Pedro Zárraga. No había internet, pero la noticia ya se había propagado.
No podía entender a mis 11 años de edad
cómo un equipo del nivel técnico de ese Brasil de Telé Santana, exponente del jogo bonito, había perdido 3-2 frente a
la Italia del horrendo catenaccio. Casi
el antifútbol.
Tres goles de Paolo Rossi (el segundo
“regalado” por una mala entrega de Junior), una férrea defensiva, donde
destacaron el portero Dino Zoff y los zagueros Scirea, Cabrini y Colovatti,
además de un manejo refinado de pelota del mediocampista Bruno Conti, resultó
la clave.
El fracaso de esa pléyade de estrellas me ha aleccionado para siempre: el fútbol es un
deporte de una lógica distante a la academia y los sabios filósofos.
Así, hombres de la talla de Zico, Sócrates,
Toninho Cerezo, Falcao, Eder (le marcó un gol antológico a la URSS de Rinat Dassayev)
y Junior se quedaron frustrados. Tanto que son conocidos en la historia de este
deporte como la generación de los no campeones…
“En el fútbol no solo hay que dar
espectáculo sino hacer goles para ganar”, me recordó años más tarde mi amigo de
la infancia, Roberto Veronese, feliz en ese entonces del título universal de la
Italia de su padre.
La selección azurra había jugado una irregular fase de grupos. Estuvo a punto de
ser eliminada por el debutante Camerún que exhibió al mundo dos grandes
talentos: su guardameta Tomas Nkono y su artillero Roger Milla.
Italia, que resolvió la papeleta ante los
africanos por un resbalón de Nkono, venía de igualar a uno ante un venido a
menos Perú de Cubillas, Cueto, Oblitas y Velásquez.
Aún así, el equipo de Enzo Bearzot, sin
proponer mucho adelante, eliminó a los grandes oponentes (incluida la emergente
Polonia de Lato y Boniek) y en la final, batió 3-1 a Alemania Occidental.
La selección germana de Rummenigge, Stlike,
Fisher y Brigel había disputado una dura semifinal, en la que nuevamente un
equipo que se advertía superior, como el francés de Platini, Tresor y Tigana,
terminó cediendo en tiros penales. Ya empezaba a conocerse la leyenda del
guardameta Tony Shumacher, quien confesó a la prensa internacional que siempre
se lanzaba a la derecha para atajar los disparos desde el punto fatídico. ¡Vaya
método!
El jeque que pudo
más que un árbitro
Amén del tricampeonato italiano, hay otros
recuerdos imborrables de esa cita universal.
El combinado local fue muy publicitado con
su meta Luis Miguel Arconada. Pero, nada más eso. En la primera fase, empató
1-1, a duras penas, frente a Honduras, que defendió su triunfo transitorio con el
alma de su portero Julio César Arzú.
El árbitro no solo pitó un penal
inexistente sino que tuvo la cachaza de ordenar su repetición luego de que el
cancerbero catracho detuvo el primer intento. Y en el segundo disparo, obra de
López Ufarte, el cuidapalos le mostró su capacidad atlética al intuir
correctamente el lado a donde iría la esférica.
No olvido tampoco el gol del argelino Rabah
Madjer, camino a la sorprendente victoria de 2-1 sobre Alemania Federal, en un
compromiso de la fase eliminatoria. Lástima que su selección superara 3-2 a
Chile, lo que facilitó uno de los episodios más vergonzosos en la historia de
los mundiales: el pacto del Molinón, en el que Austria convino su derrota por
1-0 ante Alemania, a fin de eliminar a los panafricanos.
Como acá hablo de mis recuerdos, resulta
imposible obviar la imagen televisiva del jeque Fahid Al Ahmad Al Sabah (ataviado con su túnica y turbante), quien
se atrevió a interrumpir el partido de su selección de Kuwait versus Francia.
El miembro de la realeza reclamaba que una silbatina del público perjudicó a su
equipo al momento de recibir la cuarta anotación.
Tras minutos de incertidumbre y presión
extra deportiva, el árbitro soviético Miroslav Stupar increíblemente anuló la
diana de los galos. Años después, supe que Stupar fue castigado por la FIFA y
no volvió a dirigir un partido internacional.
Mágico pese al
horror
¿Qué decir del 10-1 que encajó la novel
selección de El Salvador ante Hungría? El periodismo de esa nación
latinoamericana refiere que tuvieron dificultades para arribar a tiempo, vía
aérea, al suelo hispano.
Aún así, es la derrota más abultada en los
campeonatos mundiales de balompié. Fue un penoso partido, en el que estaba un jugador
irreverente por El Salvador: Jorge “Mágico” González, quien se iba a convertir
en el baluarte del Cádiz de esa época en la primera división de España.
En la próxima entrega, vamos a rememorar la
copa del mundo de México 1986, la mano de Dios y el mejor gol de la historia.
Twitter: @rala1970
Email: rafaelastra@gmail.com
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