lunes, 12 de febrero de 2018

RASTROS DEL INCONSCIENTE MUNDIALISTA 1982

Rossi pulverizó al jogo bonito

Rafael Lastra Veracierto

Del Mundial de fútbol de España 1982, con su simpático Naranjito como mascota, atesoro invalorables recuerdos.
“Brasil quedó fuera”, escuché decir a uno de los chavales de la cuadra ese 5 de julio, fecha patria en la que habitualmente el Presidente de la República adelantaba una alocución en cadena de radio y TV.
Ese día no fue la excepción y en Venezuela, no se pudo disfrutar la transmisión en vivo del partido de segunda fase entre Italia y Brasil.
Era el match decisivo, luego de que ambas escuadras habían derrotado a la Argentina de Pasarella y Maradona, este último víctima de un marcaje primitivo del italiano Claudio Gentile, quien en el partido siguiente repitió la dosis al brasileño Zico, el mejor 10 que haya apreciado en los años 80 y uno de mis ídolos deportivos.
Cuando revisé la pantalla chica y sintonicé el canal 8, aquel partido era retransmitido, bajo la narración impecable de don Pedro Zárraga. No había internet, pero la noticia ya se había propagado.
No podía entender a mis 11 años de edad cómo un equipo del nivel técnico de ese Brasil de Telé Santana, exponente del jogo bonito, había perdido 3-2 frente a la Italia del horrendo catenaccio. Casi el antifútbol.
Tres goles de Paolo Rossi (el segundo “regalado” por una mala entrega de Junior), una férrea defensiva, donde destacaron el portero Dino Zoff y los zagueros Scirea, Cabrini y Colovatti, además de un manejo refinado de pelota del mediocampista Bruno Conti, resultó la clave.
El fracaso de esa pléyade de estrellas me ha aleccionado para siempre: el fútbol es un deporte de una lógica distante a la academia y los sabios filósofos.
Así, hombres de la talla de Zico, Sócrates, Toninho Cerezo, Falcao, Eder (le marcó un gol antológico a la URSS de Rinat Dassayev) y Junior se quedaron frustrados. Tanto que son conocidos en la historia de este deporte como la generación de los no campeones…
“En el fútbol no solo hay que dar espectáculo sino hacer goles para ganar”, me recordó años más tarde mi amigo de la infancia, Roberto Veronese, feliz en ese entonces del título universal de la Italia de su padre.
La selección azurra había jugado una irregular fase de grupos. Estuvo a punto de ser eliminada por el debutante Camerún que exhibió al mundo dos grandes talentos: su guardameta Tomas Nkono y su artillero Roger Milla.
Italia, que resolvió la papeleta ante los africanos por un resbalón de Nkono, venía de igualar a uno ante un venido a menos Perú de Cubillas, Cueto, Oblitas y Velásquez.
Aún así, el equipo de Enzo Bearzot, sin proponer mucho adelante, eliminó a los grandes oponentes (incluida la emergente Polonia de Lato y Boniek) y en la final, batió 3-1 a Alemania Occidental.
La selección germana de Rummenigge, Stlike, Fisher y Brigel había disputado una dura semifinal, en la que nuevamente un equipo que se advertía superior, como el francés de Platini, Tresor y Tigana, terminó cediendo en tiros penales. Ya empezaba a conocerse la leyenda del guardameta Tony Shumacher, quien confesó a la prensa internacional que siempre se lanzaba a la derecha para atajar los disparos desde el punto fatídico. ¡Vaya método!

El jeque que pudo más que un árbitro
Amén del tricampeonato italiano, hay otros recuerdos imborrables de esa cita universal.
El combinado local fue muy publicitado con su meta Luis Miguel Arconada. Pero, nada más eso. En la primera fase, empató 1-1, a duras penas, frente a Honduras, que defendió su triunfo transitorio con el alma de su portero Julio César Arzú.
El árbitro no solo pitó un penal inexistente sino que tuvo la cachaza de ordenar su repetición luego de que el cancerbero catracho detuvo el primer intento. Y en el segundo disparo, obra de López Ufarte, el cuidapalos le mostró su capacidad atlética al intuir correctamente el lado a donde iría la esférica.
No olvido tampoco el gol del argelino Rabah Madjer, camino a la sorprendente victoria de 2-1 sobre Alemania Federal, en un compromiso de la fase eliminatoria. Lástima que su selección superara 3-2 a Chile, lo que facilitó uno de los episodios más vergonzosos en la historia de los mundiales: el pacto del Molinón, en el que Austria convino su derrota por 1-0 ante Alemania, a fin de eliminar a los panafricanos.
Como acá hablo de mis recuerdos, resulta imposible obviar la imagen televisiva del jeque Fahid Al Ahmad Al Sabah (ataviado con su túnica y turbante), quien se atrevió a interrumpir el partido de su selección de Kuwait versus Francia. El miembro de la realeza reclamaba que una silbatina del público perjudicó a su equipo al momento de recibir la cuarta anotación.
Tras minutos de incertidumbre y presión extra deportiva, el árbitro soviético Miroslav Stupar increíblemente anuló la diana de los galos. Años después, supe que Stupar fue castigado por la FIFA y no volvió a dirigir un partido internacional.

Mágico pese al horror
¿Qué decir del 10-1 que encajó la novel selección de El Salvador ante Hungría? El periodismo de esa nación latinoamericana refiere que tuvieron dificultades para arribar a tiempo, vía aérea, al suelo hispano.
Aún así, es la derrota más abultada en los campeonatos mundiales de balompié. Fue un penoso partido, en el que estaba un jugador irreverente por El Salvador: Jorge “Mágico” González, quien se iba a convertir en el baluarte del Cádiz de esa época en la primera división de España.
En la próxima entrega, vamos a rememorar la copa del mundo de México 1986, la mano de Dios y el mejor gol de la historia.

Twitter: @rala1970
Email: rafaelastra@gmail.com












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