Mi entrevista con Pelé en 1994 |
Cuando nací, en agosto de 1971, Brasil era
tricampeón del fútbol universal. Aquella legión inalcanzable, gente de otro
planeta definitivamente, marcó la impronta del jogo bonito que cautivó a todos en la cita de México.
No tengo vivencias en este caso como
tampoco de las dos copas orbitales siguientes, en Alemania 1974 y Argentina
1978, pero sí la verificación documental, a través de videos y testimonios de esa
época, entre ellos el de mi padre, Eutimio Lastra Rivas, un educador cumanés
adoptado a nuestra Guaira y quien, como estudiante de Ingeniería de la UCV,
entrenó con próceres del fútbol venezolano de entonces como el portero de la
Vinotinto, Miguel Sanabria.
“Pelé era una pantera, un atacante temible
que siempre respetó los códigos del fútbol. En la final contra Italia, Brasil,
aún con esas luminarias, no arropó en el primer tiempo. Ya después, impuso su
mayor calidad”, me decía el viejo, que en sus años mozos se destacó como lateral
derecho en un equipo amateur de su ciudad primogénita del continente.
Crecí alucinando con cada toma televisiva
de esa maquinaria amazónica; la fantasía con el balón al pie de Tostao, las
diagonales y tiros de media distancia de Rivelinho; la determinación de
Clodoaldo y la habilidad desequilibrante de Jairzinho.
Este último, que vino a Venezuela en 1977
con el Portuguesa FC, fue víctima indirecta de una de las más memorables atajadas de
portero alguno en la historia de los mundiales: Gordon Banks, guardameta de
Inglaterra, midió su centro y le detuvo un balón cabeceado con etiqueta de gol a Pelé, prácticamente
volando de palo a palo. Todavía me impresiono cuando analizo esa jugada.
En esa cita de México 70, Banks no era ni
fue mejor que el ruso Lev Yasin (apodado “la araña negra” por sus oscuras
vestimentas), que hoy reviven los medios digitales ante la proximidad del
Mundial de Rusia 2018.
Es muy probable que la juventud que maneja
redes sociales y medios on line poco
habrá reparado en la elegancia caudillesca de Franz Beckenbauer y su Alemania
que en 1974 fue capaz de derrotar en el campo de juego la tesis esnobista del
“fútbol total” de Rinus Michels, Johan Cruyff, Resenbrink, Krol y Neeskens.
Aún conozco trasnochados que suspiran por
esa filosofía integradora de “la naranja mecánica”, pero en el Olímpico de
Munich (1974) y en el Monumental de River (1978) no logró el objetivo superior.
Al contrario de lo que pregonan sus defensores, Holanda es la que está en deuda
con el fútbol.
Al revisar las imágenes de ese partido en
Munich, uno no se explica cómo se le concedió espacios al goleador Muller para
rematar la esférica que a la postre significó el título para Alemania. Cruyff y
compañía pensaron que remontar el 1-2 era posible con su ritmo y dinámica de
rotación posicional, pero como el fútbol es análogo a la vida, no pudieron.
A Holanda, el karma de perder en finales,
le persigue. Cuatro años después le ocurrió en la Argentina gobernada por Jorge Rafael Videla, un
dictador despreciable y violador de derechos humanos, que contó con la venia
inmoral de la FIFA. Los militares siempre
pensaron que ganar el Mundial iba a disipar la presión internacional por los 30
mil desaparecidos, la mayoría de ellos muy jóvenes.
“El pueblo argentino se resistió con mucha
dignidad contra esos milicos”, me confesó mi padre, un romántico de la
izquierda latinoamericana.
En mis años en la UCV, entendí la dimensión
de lo que representaban los papeles sanitarios en las tribunas de los estadios
argentinos y las pintas rojas en las bases de los postes de los arcos.
“Los que andan todavía diciendo que
jugábamos para Videla, no saben lo que sufríamos junto a nuestras familias”,
dijo en una reciente entrevista radial el delantero argentino, Mario Alberto
Kempes, casado actualmente con una venezolana.
Kempes, Houseman, Ardiles, Tarantini,
Fillol y la tropa de Menotti terminaron conquistando su primera copa del mundo.
Triunfaron a pulso y dominaron al nuevamente favorito seleccionado de Holanda, sin
Cruyff en esta ocasión.
No obstante, ese lauro siempre tendrá la
sombra de un bochornoso episodio: Argentina venció 6-0 a Perú, dos goles más de
lo que necesitaba para desplazar al Brasil de Leao, Nelinho, Roberto Dinamita y
Zico de la final.
En la prensa inca se develaron supuestos arreglos
crematísticos y otras suspicacias al respecto. Mucho se recordó que el portero
de la selección peruana, Ramón Quiroga, era de origen argentino.
También trascendió que el DT de Perú,
Marcos Calderón, hizo caso omiso al pedido de José Velásquez, Teófilo Cubillas,
Juan Carlos Oblitas y otros tres futbolistas de no colocar a Quiroga en ese
compromiso.
Asimismo, hubo otras irregularidades como
la visita del tirano y el secretario de Estado de EEUU, Henry
Kissinger, en el camerino de los peruanos, justo antes de darse el pitazo
inicial.
Tenía siete años de edad cuando ocurrió
este hecho. Por supuesto que me he esmerado en observar el video del partido.
Fue una inesperada presentación del equipo inca, que en primera ronda había
igualado hasta con “la naranja mecánica”. Pero, sería temerario afirmar algo.
Ni contra Quiroga ni contra Cubillas. Menos de sobornos no comprobados.
Quizás pueda ilustrar algo lo dicho por
Oblitas, años después en su faceta de entrenador en el fútbol mexicano: “Ese
día nada fue normal”.
En la próxima entrega, compartiré recuerdos
del Mundial de España 1982, con Naranjito, el Brasil de la fantasía de Zico,
Sócrates, Falcao y el triunfo del catenaccio
más ortodoxo que le haya apreciado a una selección italiana.
Twitter:
@rala1970
Email:
rafaelastra@gmail.com
Gracias por el registro de tus impresiones.
ResponderEliminarRecuerdo de ese 6-0 de Argentina contra Perú que el primer ataque fue de este último y casi es un gol. Ahora mismo creo que dio en el horizontal.
Igual a Brasil le perjudicó el 0-0 contra Argentina y con el tiempo sostengo que con ganar (para eso hay 90 minutos) la estrategia es diferente.
Sí, amigo, ese tiro en el poste de los peruanos puedo haber sido el indicativo de algo distinto a esa vergüenza de presentación en Rosario. Esa final de 1978 debió ser Brasil-Holanda. De pronto, la naranja mecánica pudo haberla ganado. Abrazos, Leo.
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