La Vinotinto es un símbolo de la unión nacional |
RAFAEL
LASTRA VERACIERTO
¿Por qué decidí abrir este
blog Vinotinto Orbital? Aunque las responsabilidades suelen ser individuales,
debo honrar el mérito a mi amigo Víctor José López, conocido en el mundo
taurino y del periodismo deportivo como El Vito.
Y va de cuento
En agosto de 1993, aún sin
graduarme de Licenciado en Comunicación Social en la ilustre UCV, llegué a la
redacción del diario Meridiano,
dirigida entonces por El Vito. Había gente talentosa: Peggy Quintero, Juan
Leonardo Lanz, Alfredo Villasmil, Leonardo Picón, Manuel Rodríguez, José
Rubicco Huertas, Fernando “Pollo” Sosa y César “Nanú” Díaz, inefable editor y
diletante de café de lo que tanto nos apasiona: el fútbol.
Consciente de que las
historias del balompié venezolano terminaban en goleadas inmisericordes,
humillaciones por doquier y ataviadas de la ausencia de héroes, emprendimos el
camino de presentar los textos periodísticos asidos a la estructura circular
(escuela funcionalista americana, para los estudiosos de la comunicación social)
y a la crónica futbolística propia de las revistas y periódicos de Suramérica.
“Estos carajitos creen que
leyendo a García Márquez me van a joder. El periodista que no escriba la
historia del mundo en una cuartilla, mejor que haga otra vaina”, repetía
incesante El Vito en sus deliberaciones vespertinas, a vox populi, en plena
redacción hirviendo por la elaboración de las noticias.
Nunca me sentí intimidado
por esos cuestionamientos. Todo lo contrario. El entusiasmo por mantener la
disidencia hacia el periodismo tradicional (lead, cuerpo y cola), sin dejar de
informar –primera misión de un periodista vocacional-, presionó las compuertas
de la creatividad, bendita creatividad, que supone la impronta personalísima a
cada realización intelectual. Soy un obstinado y celoso de tal premisa. Y
quizás por ello me convertí algún tiempo después, en un editor de sutilizas
exigentes.
Fueron días, meses y años
de aprendizaje. Asimilé la preeminencia por el béisbol; tuve que apoyar las
coberturas de juegos de “la pasión nacional”. Confieso que con no poca
resistencia, aprendí a anotar, a grosso modo, un partido de béisbol. “Pibe
tienes que hacer un jueguito a la semana; el fútbol no te va a execrar”, me
recordaba entre risas el colega Manuel Rodríguez.
Un día de 1995 reclamé la
primera página del “diario sin paralelo” para alentar a los aficionados del
Caracas FC contra Cerro Porteño de Paraguay en un cotejo de fase de grupos de
Copa Libertadores de América. El Vito me miró a los ojos y me dijo que exponía
su pellejo si ocurría un descalabro. Lo convencí con la certidumbre de que a
las seis de mañana del día siguiente miles de venezolanos observarían primero
el titular del periódico (decía: “Vamos Caracas”) antes de indagar cómo bateó
Andrés Galarraga.
Las mieles de aquella
victoria profesional no las pude disfrutar. El Vito me acompañó al Brígido Iriarte, atestado con 15 mil
almas en los graderíos, y al final, con un terrorífico 6-0 en contra, solo espetó:
“Pibe (así me llama aún), el fútbol orbital
que tú pregonas anda muy lejos de Venezuela”. Fue devastador.
Muchas tardes posteriores al
desagradable recuerdo, continuó con su prédica, pero también apreciaba su
reconocimiento hacia mi visión de presentar las noticias del fútbol venezolano
desde otra perspectiva.
Una década después, aún
con el timonel de Meridiano, El Vito
recordaba algunas de mis crónicas publicadas, con la inclusión de los
sustantivos orbital y armisticio. Creo que entendió que no
eran “sureñadas caprichosas”. Admito, sí, que era la compulsión por ganar los
centímetros del protagonismo para la Vinotinto.
Unos meses antes de irme
de Meridiano, me dijo que “no podrás
decir que te he censurado una línea. Hasta me peleo en las reuniones para
apoyarte”. Y sé que siempre fue así, amigo.
Hoy, discurre mucha agua
en el caudal del balompié venezolano. Hoy siento que emerge aquella fuerza
centrífuga que auspiciamos -ya no desmesurada e inexperta-, con la suficiente
argumentación como para alimentar el sueño orbital
que tanto soportó mi jefe y mejor amigo, Víctor José López.
¡Cuántos recuerdos! Gracias por compartirlos
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