Zidane se levanta y anota el primer gol de la victoria |
Rafael Lastra Veracierto
Si bien cuando
se realizó el Mundial de Francia 1998 la consciencia de periodista me había
curtido contra la incandescencia, confieso el hastío por la canción oficial de
Ricky Martin (“La Copa de la Vida”) y también la discrepancia con quienes no
comprendieron que el primer título universal de Francia no fue un hecho deportivo
casual.
El logro de Aimé
Jacquet y la generación del chico de traslúcidas facciones árabes, Zinedine
Zidane, está asociado a una versión
apologética del fútbol.
En un manejo
sociológico, Jacquet dispuso del mejor talento sin atender críticas
periodísticas sobre el origen de los jugadores y sus padres. De ahí que
confeccionara una selección multirracial, algo inédito e impensable en los
tiempos de Just Fontaine (marcó 13 goles en Suecia 1958), Henri Michel y Michel
Platiní.
Solo ocho de los
23 seleccionados eran hijos de ciudadanos franceses. El resto había nacido
fuera de esa nación o descendía de inmigrantes africanos, europeos o
sudamericanos.
Baste ilustrar
que el padre de Zidane era argelino; el zaguero Lilian Thuram nació en la isla
de Guadalupe; la madre del delantero Youri Djorkaeff vino al mundo en Armenia y
otro de los atacantes, David Trezeguet, se formó futbolísticamente en el Club
Atlético Platense de Argentina.
Tereré en la Torre Eiffel
Para Les Bleus, el camino no estuvo exento de
espinas. En octavos de final, dominó a un tenaz equipo de Paraguay, que venía
de sorprender 3-1 en primera ronda a la Nigeria del trotamundos del banquillo,
el serbio Bora Milutinovic.
Recuerdo que la
épica guaraní se fundamentó en el liderazgo de su arquero y capitán José Luis
Chilavert, y sus ordenados defensores Celso Ayala y “Colorado” Gamarra. Un
fortín.
Aquel cotejo se
extendió a la prórroga, en la cual se equilibraron las cargas. Hubo nervios en
toda Francia con la infusión del Tereré.
En la fracción
116, Laurent Blanc se proyectó hasta el área oponente y recibió una
habilitación de cabeza de Trezeguet para capitalizar el gol de oro. Sí, justo resultado,
aunque tengo represada en mi memoria la imagen de dignidad de Chilavert
levantando del césped del estadio Félix
Bollaert, en Lens, a un desconsolado Ayala.
En cuartos, con
el telón de los penales, Francia despachó a Italia (otra vez frustrado Baggio)
y en semifinales tragó grueso contra la debutante Croacia de Davor Suker, Robert
Prosinecki y Robert Jarni.
El conjunto
valcánico hubo de concitar la atención del orbe al batir con un inobjetable 3-0
a Alemania en cuartos. Su juego evocaba el espectáculo de la Francia de Platiní
y la picardía suramericana.
Pero, quedó en
deuda ante Francia, pues se había ido en ventaja con diana de Suker y no se
tuvo fe para incordiar a los locales, quienes recuperaron el aliento para la
remontada de Thuram. Lástima.
Hay que insistir
en que Francia jugaba bien, ajustó en los momentos complicados y nunca renunció
a la vocación ofensiva, almidonada en los botines de Zidane.
Convulsiones de lo inapelable
Sin dudas, el
mejor partido del seleccionado anfitrión fue en la final contra Brasil, en el
estadio Saint Denis.
El 12 de julio de 1998, con el presidente galo Jacques Chirac en la tribuna, Zidane no solo anotó dos de los tres
tantos de la categórica victoria (el tercero fue obra de Petit) sino que se
consagró al dictar cátedra: estuvo pletórico en las habilitaciones y delirante
en la concepción de la gesta. Selló su impronta de jugador planetario.
Doce
horas antes del desafío, trascendió la noticia de las repentinas convulsiones
de Ronaldo. En una época que no había Internet, leí los primeros cables
internacionales de las agencias AP y EFE, mientras en la antesala de RCTV,
Lázaro Candal compartía la preocupación con Jairzinho, comentarista de lujo
para entonces.
El DT de Brasil,
Mario “Lobo” Zagallo alineó a Edmundo para sustituir a Ronaldo, de conformidad
con la recomendación médica, pero pudo más la publicidad y el marketing.
Bendita vaina que casi siempre lacera la esencia del fútbol.
Aunque Roberto
Carlos, compañero de habitación del afectado, relató tiempo después que los
dolores abdominales derivaron en convulsiones, fue un episodio confuso y
convenientemente poco aclarado. Todavía persisten versiones en torno a la
presión y los nervios que sufriera “El fenómeno”.
“Me pude
acobardar, pero salí a ayudar a la selección”, aseguró Ronaldo en una
entrevista cedida al diario ABC de Madrid (España).
De cualquier
manera, deambuló en la cancha. Nunca encendió el faro del desequilibrio y me
dio la impresión de que sus compañeros estaban más preocupados por su salud que
por derrotar a Francia.
Desde el día
inaugural del certamen, Brasil no lució cómodo: superó por un autogol a Escocia
(2-1) y al cierre de la fase de grupos, se vio impotente por la determinación
de Noruega (1-2), que luego en octavos defraudó ante Italia (0-1).
Con
muchos problemas, el conjunto amazónico batió 3-2 en cuartos a la Dinamarca de
los hermanos Laudrup y el portero Peter Schmeichel, y en semis, de penal, a la
Holanda de Kluivert, Seedorf, Davids y Bergkamp, quien había sido el verdugo en
cuartos de la Argentina dirigida por Daniel Pasarella.
Manito, el karma
Habría
que resaltar la buena primera fase de México, con el goleador Luis Hernández y
el guardameta de los suéteres multicolores, Jorge Campos.
No obstante, cual
karma milenario, Alemania frustró otra vez la esperanza del Tri, así como lo
hizo en octavos Dinamarca con la insurgente Nigeria de Okocha y Kanu, que dos
años antes había arrebatado a Brasil y Argentina, respectivamente, la medalla
de oro del fútbol de los Juegos Olímpicos de Atlanta, en Estados Unidos.
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@rala1970
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