martes, 30 de julio de 2013

AQUEL GOL DE PEDRO ACOSTA EN LA GELIDEZ DEL CHATEAU CARRERAS


El capitán Pedro Acosta


RAFAEL LASTRA VERACIERTO

El alba de la Copa América 2011 surca los presagios vinotintos. Viene el sorteo oficial en La Plata, donde se intuye que Venezuela estará en la fecha de debut con el anfitrión. Nada nuevo. Ocurrió en la fecha inaugural de Brasil’89, Chile’91, Ecuador’93, Uruguay’95, Bolivia’97 y Colombia 2001.

Luego de la Copa América 2007, en la que se obtuvo el segundo triunfo en la historia (2-0 ante Perú) y el 5º lugar de la competencia, a la selección de Venezuela se le vuelve a considerar entre los más débiles, junto a Perú y Bolivia. Como hace 23 años, cuando la Conmebol otorgó a Argentina la responsabilidad de organizar el evento continental, bajo un formato más atractivo para la televisión internacional.

Hasta 1987, la Copa América para Venezuela había sido un acontecimiento muy ajeno. Sin imágenes en la pantalla chica y resignados a los despachos cablegráficos, los ciudadanos de este país conocieron en torno a la primera victoria (ante Bolivia 3-0) en el Centenario en 1967 y de los dignos empates 0-0 y 1-1 contra Colombia y Chile, respectivamente, en San Cristóbal, en la versión de 1979; y la paridad  sin goles en el Brígido Iriarte ante Chile, para favorecer la clasificación de Uruguay y su arrogante técnico, Omar Borrás, en la Copa América de 1983.

Las agencias internacionales también atestiguaron en 1983 la “patada alevosa” de René Antonio Torres al mediocampista Fernando Morena, uno de los jugadores más idolatrados de Uruguay y quien finalmente no se retiró producto de este infortunio. “Nos tuvieron seis horas con protección policial, dentro del camerino; la gente desató la furia contra nosotros”, recordó Carlos Cachorro Betancourt, integrante de ese seleccionado que conducía Cata Roque.

La clandestinidad de la Copa América para Venezuela culminó parcialmente con la instauración del nuevo esquema, a partir de 1987, y en ello hay que reconocer el esfuerzo de Radio Caracas Televisión, que se empeñó en transmitir (no siempre en vivo y directo) los encuentros de la selección absoluta de fútbol.

Y frente al eco cementero del Chateau Carreras en Córdoba, la Vinotinto que dirigía Rafa Santana (héroe de la victoria de 1967) saltó con el entusiasmo de su juventud para retar a Brasil. Pero, qué va: 0-5 y una sola vez, se atrevió a buscar el arco de Claudio Taffarel, mediante un disparo de media distancia de Pedro Febles. Eran los días del complejo de “hacerle un gol a Brasil”. Dos años después, en la Copa América de 1989, en el Fontenova de Bahía, Carlos Maldonado se encargó de acabar con aquel oscurantismo ofensivo ante la camiseta verdeamarilla.

Pero, volvamos al frío insondable de la noche de debut en Córdoba. Allí, el arquero César Guacharaca Baena y millones de venezolanos vivimos un episodio macondiano. Al iniciarse el segundo tiempo, cada vez que el meta guaireño iba a realizar el saque desde su pórtico, el balón se regresaba peligrosamente a sus predios, por efecto de los vientos huracanados. Hasta esas angustias hubo que sortear en un partido para el olvido eterno.

Sin la tensión del partido contra los amazónicos, los jugadores venezolanos sorprendieron a la pandilla chilena de Pato Yánez, Ivo Basay, Fernando Astengo y Juan Carlos Letelier. Esta vez, la maestría de William Méndez (el jugador de la técnica más depurada con balón al pie) puso en severos aprietos a la defensa araucana que no pudo evitar una falta en el área en su contra.

La pena máxima fue cobrada impecablemente por el capitán vinotinto, Pedro Acosta, pese al buen movimiento de adivinanza de Roberto El Cóndor Rojas, para el momento el más brillante guardameta de Suramérica. La Vinotinto empataba transitoriamente a un gol, mientras los 5 mil aficionados que pagaron su entrada, observaban con simpatía la rebelión de “los llaneros”.

En el complemento, la carencia física y la inequidad táctica condenaron a los criollos a otra derrota 3 x 1. Eran épocas muy difíciles, de frustraciones y complejidades estructurales, aún no resueltas por el devaneo mediático de la actualidad.

Veintitrés años después, el molino del viento tiene abundante agua. Y Venezuela no irá a precisamente a bailar tango.

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