lunes, 15 de julio de 2013

LOS JEQUES DE LAS AREPAS EN DUBAI


El goleador Ponce, insignia de la tropa de Dudamel

RAFAEL LASTRA VERACIERTO

El fútbol venezolano ha trascendido por cuarta vez a una copa universal de la FIFA. En la categoría Sub-17, para hombres, será la ópera prima. Y aunque por estos días se hable de la garra y el carácter de esa selección y se insista en el merecido festejo, rememoro la imagen de los octavos de final del Mundial juvenil de Egipto en 2009.

Entonces, una anodina y agreste selección de Emiratos Árabes Unidos eliminaba a la Vinotinto de Salomón Rondón, Rafa Romo y Johnattan del Valle. El técnico César Farías fue duramente cuestionado por dirigir ese Mundial juvenil, cuya histórica clasificación planificó desde las alforjas del coraje táctico. 

Para colmo de sus males, unas semanas después, Uruguay y Paraguay descendían a la selección absoluta del tren del Mundial de Sudáfrica. "Asumo la responsabilidad. Nuestro fútbol debe seguir creciendo y clasificando a los mundiales de menores para reforzar las bases", comentó Farías en aquella oportunidad.

En poco más de tres años, Farías no se convirtió en un profeta de su tierra, pero la Vinotinto Sub-17 llegó al Mundial femenino de Trinidad y Tobago en 2010 y el combinado patrio de fútbol playa lo hizo en 2011.

Y ahora, en medio de un atípico Suramericano Sub-17 en la población de San Luis (Argentina), cuando casi nadie -la verdad sea dicha- otorgaba una posibilidad de asistir al Mundial de la edad en Emiratos Árabes Unidos, emergieron estos jóvenes con un estupendo catalizador de consciencias y motivador técnico-táctico: Rafael Edgar Dudamel Ochoa. 

Quienes le conocemos desde sus días de gloria con el Independiente Santa Fe y Deportivo Cali en Colombia, sabemos de su recia personalidad, su don de mando y capacidad para liderar las gestas sublimes. Fe de ello pueden dar hasta algunos de sus adversarios deportivos: Álvaro "El Chino" Recoba y Pablo Cavallero. A uno en Maracaibo en 2002, le tapó un tiro libre que iba a frustrar la ilusión de todo un país y al otro, en 1996, en San Cristóbal, le asestó la estaca del Olimpo.

Cuando en la segunda fecha del evento Sub-17, Venezuela fue goleada por Argentina, en un partido infame arbitrado por un juez de Perú, muchos imaginaron la lluvia y la niebla sobre el gélido asfalto de las convicciones. Pero, nada, un tropiezo. Se accede al hexagonal final y nuevamente, las cuentas apuntaban a la Santísima Trinidad de la Conmebol: Argentina, Brasil y Uruguay. 

Claro que esas selecciones irán al Golfo Pérsico. No obstante, Venezuela, con los goles de Andrés Ponce, los atrevimientos de Ronaldo Peña, las estiradas del guardameta Beycker Velásquez y la guía indiscutible de Dudamel lo hará en asiento de primera fila.

Tan inédito como que el jeque Mohamed Bin Rashid Al Maktum se interese por las arepas bajo el calor sofocante de Dubai.

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