lunes, 15 de julio de 2013

TODO DISPUESTO PARA ÉL

Richard Páez, al frente de Mineros de Guayana

RAFAEL LASTRA VERACIERTO

A las 4:15 de la tarde, un grupo de torcedores de Mineros de Guayana le profesaba todo su cariño y admiración, a través de cánticos que torpedeaban desde una caseta del estadio Olímpico de la UCV. El anunciador interno del Deportivo Petare ripostaba con el inicio de la populosa canción Cerro Ávila de Ilan Chester: “voy de Petare, rumbo a La Pastora…”

No ha sido el escenario ideal ni el que pondera mejor en su carrera de jugador y técnico. Allí, en 2004 como DT de la Vinotinto, miró al cielo cuando una volea, in extremis, de Juan Arango, estableció la justicia ante Australia.

Pero, era el lugar.

Y Richard Páez Monzón caminó lentamente por el borde del césped, identificado con su camiseta de Mineros de Guayana y lentes de sol que rememoraban los grandes días con el Portuguesa FC, ULA-Mérida, Estudiantes y por supuesto, la mismísima Vinotinto.

Por más que Richard Blanco desvió la mirada de los espectadores con sus dianas de alto vuelo o Ricardo David, el hijo pródigo, se sumergía en una de sus tardes más brillantes con ese pase gol que aún extraña la Vinotinto mayor, el tránsito de la celebración guayanesa tenía el sello de calidad de su flamante entrenador.

Ni siquiera las sutilezas del zurdo Rojas o el don de mando de Rafa Acosta. El triunfo de Mineros 2-0 sobre el Deportivo Petare se convirtió en una anécdota. La noticia era Richard Páez, tras su paso por Alianza Lima y Millonarios.

“¿Hola, qué tal? me tranquiliza que hubo profundidad y la vocación por la pelota en el piso”, nos confesó en voz ronca y baja, junto a los colegas Domenico Carucci y Gerardo Blanco.

“Richard (Blanco) va a dar más alegrías y lo de Rafa (Acosta) fue bárbaro; nos ayudó mucho a definir la partida”, agregó Páez, aún sin eludir los flshes, los grabadores y las libretas de los jóvenes reporteros, muchos de los cuales sólo le conocen por su actuación como DT de la Vinotinto entre 2001 y 2007.

Sonrió siempre. No negó un autógrafo y las solicitudes de fotografías las atendió con la paciencia y amabilidad que aprendió en su Mérida natal. “Esto apenas comienza. Creo que el domingo en Cachamay, vamos a jugar mucho mejor”, se despidió el adiestrador de 59 años de edad.

En el camino al bus, los periodistas no dejaron de abordarlo, mientras sus pupilos se adelantaban a ascender a la unidad automotora de la Pandilla del Sur.

Ya se siente el movimiento telúrico desde el Precámbrico guayanés. Y pensar que la mayoría de la barra de hinchas que lo alentó desde las gradas del Olímpico no llegaba a los 24 años. Justo el tiempo del único título de Mineros en la primera división del fútbol rentado nacional.


No hay comentarios:

Publicar un comentario