Richard Páez, al frente de Mineros de Guayana |
RAFAEL LASTRA VERACIERTO
A las 4:15 de la tarde, un grupo de torcedores de Mineros de Guayana le profesaba todo su cariño y admiración, a través de cánticos que torpedeaban desde una caseta del estadio Olímpico de la UCV. El anunciador interno del Deportivo Petare ripostaba con el inicio de la populosa canción Cerro Ávila de Ilan Chester: “voy de Petare, rumbo a La Pastora…”
No ha sido el escenario ideal ni el que pondera mejor
en su carrera de jugador y técnico. Allí, en 2004 como DT de la Vinotinto, miró
al cielo cuando una volea, in extremis, de Juan Arango, estableció la justicia
ante Australia.
Pero, era el lugar.
Y Richard Páez Monzón caminó lentamente por el borde
del césped, identificado con su camiseta de Mineros de Guayana y lentes de sol
que rememoraban los grandes días con el Portuguesa FC, ULA-Mérida, Estudiantes
y por supuesto, la mismísima Vinotinto.
Por más que Richard Blanco desvió la mirada de los
espectadores con sus dianas de alto vuelo o Ricardo David, el hijo pródigo, se
sumergía en una de sus tardes más brillantes con ese pase gol que aún extraña
la Vinotinto mayor, el tránsito de la celebración guayanesa tenía el sello de
calidad de su flamante entrenador.
Ni siquiera las sutilezas del zurdo Rojas o el don de
mando de Rafa Acosta. El triunfo de Mineros 2-0 sobre el Deportivo Petare se
convirtió en una anécdota. La noticia era Richard Páez, tras su paso por Alianza
Lima y Millonarios.
“¿Hola, qué tal? me tranquiliza que hubo profundidad y
la vocación por la pelota en el piso”, nos confesó en voz ronca y baja, junto a
los colegas Domenico Carucci y Gerardo Blanco.
“Richard (Blanco) va a dar más alegrías y lo de Rafa
(Acosta) fue bárbaro; nos ayudó mucho a definir la partida”, agregó Páez, aún
sin eludir los flshes, los grabadores y las libretas de los jóvenes reporteros,
muchos de los cuales sólo le conocen por su actuación como DT de la Vinotinto
entre 2001 y 2007.
Sonrió siempre. No negó un autógrafo y las solicitudes
de fotografías las atendió con la paciencia y amabilidad que aprendió en su
Mérida natal. “Esto apenas comienza. Creo que el domingo en Cachamay, vamos a
jugar mucho mejor”, se despidió el adiestrador de 59 años de edad.
En el camino al bus, los periodistas no dejaron de
abordarlo, mientras sus pupilos se adelantaban a ascender a la unidad
automotora de la Pandilla del Sur.
Ya se siente el movimiento telúrico desde el
Precámbrico guayanés. Y pensar que la mayoría de la barra de hinchas que lo
alentó desde las gradas del Olímpico no llegaba a los 24 años. Justo el tiempo
del único título de Mineros en la primera división del fútbol rentado nacional.
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